lunes, septiembre 27, 2010

Contrapunto en el desierto


Durante las celebraciones de este bicentenario, decidí visitar el desierto florido y terminé finalmente acampando a 1.000 kilómetros al norte de Santiago, en el Parque Nacional Pan de Azúcar. Porqué y como llegué ahí, es parte de otra historia, pero para este relato, no viene al caso.

Durante la estadía en la reserva, a última hora del día sábado, tuvimos la suerte de participar en una charla informativa donde nos mostraron las diferentes especies de flora y fauna, y algunos senderos interesantes de recorrer.

Motivado por la exposición nocturna, al día siguiente me dirigí bastón en ristre, modernos calamorros, gorro y un par de botellas de agua a recorrer la "Quebrada el Castillo", un sitio protegido por la CONAF por su biodiversidad. La intención, llegar a la "aguada", una especie de oasis en el desierto más árido del mundo, como lo había descrito el funcionario de la Corporación la noche anterior.

Por lo frágil del ecosistema, el lugar se encuentra cerrado al tránsito de vehículos con una barrera con candado, un disco pare y letreros de advertencia. Desde ese punto comienza una suave ascensión, que puede durar todo el día, dado que existen diversas quebradas que se pueden recorrer.

Al iniciar nuestra marcha, notamos que bajaba por el sendero una camioneta roja de la CONAF. Sus pasajeros nos saludaron amablemente. El chofer se bajó, abrió el candado, cruzó con el vehículo la barrera y nuevamente cerró la valla, para proseguir su trayecto a la carretera principal del parque.

Esforzados miembros de la corporación forestal que están cuidando en día de fiesta nacional, el patrimonio de todos los chilenos, pensé.


Ahí comenzó nuestra travesía hacia el interior de la quebrada. Durante el trayecto se notaba los efectos de las pequeñas lluvias del invierno, que este año habían llegado más al norte de lo normal. Las laderas de los cerros se encontraban verdes, muchas flores, enredaderas y pequeños insectos, que constituían las delicias de los pequeños lagartos que habitan el lugar. Solamente las distintas especies de cactus delataban la realidad seca y habitual de la zona.

Quebrada El Castillo

Después de una hora y media de caminata, llegamos al cruce con la "Quebrada de los Locos". Sin embargo, nosotros alineados con nuestro propósito, seguimos adelante por la ruta principal. Queríamos llegar al oasis y poder descansar a las orillas de sus cristalinas aguas. Un poco más allá, un letrero que nos indicaba lo frágil del sector.



Con más entusiasmo, pero con mucho cuidado proseguimos nuestro viaje, sacando fotografías y deleitándonos con el paisaje y los sonidos de las aves. De vez en cuando se nos cruzaba un pequeño lagarto o algún escarabajo. Tranquilidad, soledad absoluta y paz para el cuerpo y el alma de estos citadinos cansados del ajetreo diario de la metrópoli.



Fueron dos horas de contemplación, hasta que un ruido conocido en la ciudad, pero extraño en esas latitudes, nos alertó, sacándonos de nuestro trance. Aguzamos nuestros sentidos, y comprendimos que en ese entorno protegido, frágil y con especies en peligro, circulaba una motocicleta todo terreno, cuyos ocupantes nos sobrepasaron raudamente quebrada arriba, destruyendo con sus ruedas todo lo que se cruzaba su paso.



Desconcertados y molestos con la situación seguimos caminando quebrada arriba. Sin embargo, unos cientos de metros más adelante, detrás de una curva, cual revelación, pudimos comprender el origen de aquel bullicioso artefacto mecánico destructor que nos había sobresaltado minutos antes.

A dos horas de caminata, por un parque natural de frágil ecosistema, protegido por los organismos especializados, aparecen de la nada, un par de vehículos estacionados, carpas embanderadas, música fuerte, fuego y carne, niños y volantines, mascotas cazando y adultos jugando futbol entre especies animales y vegetales protegidas. A esas alturas, el engendro motorizado parecía un mal menor frente a tal tamaña transgresión a la naturaleza.


La sorpresa y molestia inicial, pasó a rabia y después a indignación. No entendíamos como los Guarda Parques que habíamos visto saliendo de esa reserva dos horas antes, no se habían percatado de esta trasgresión. Surgen naturalmente dudas;

¿Cómo habían entrado? - ¿Nadie se había percatado? - ¿Quién permite esto?

Una sola entrada a la quebrada, una valla con candado, una llave en manos de los funcionarios que habíamos visto al inicio. En ese momento me acordé de la frase "Piensa mal y acertarás", y mascullando mi rabia continué la búsqueda de las ansiadas aguas del oasis, al cual llegamos una hora después.

Lo de la aguada u oasis es un decir, considerando donde estábamos. Se notaba humedad, barro y algo de agua estancada en cavidades de rocas donde los mosquitos revoloteaban cuidando a su prole y nosotros tratando de evitarlos al máximo.

El trayecto de regreso fue más rápido, pero no pudimos evitar tener que presenciar nuevamente aquella intervención violenta del santuario natural.

Nada lo escusa, y si se desea preservar este y otros lugares, es necesario ser estricto en el cumplimiento de las normas, tanto para los visitantes, como para los funcionarios, cuya misión es proteger precisamente esas zonas.

Las autoridades nacionales tienen ahora la palabra.