martes, junio 30, 2009

Realismo Mágico en Fray Jorge


Entre Tongoy y los Vilos, un poco antes del desvío a Ovalle, se ubica el "Parque Nacional Fray Jorge". Desde muy pequeño me entusiasmaba la idea de conocerlo, sobre todo cuando algunas décadas atrás viajábamos en familia a las playas de la IV región a hacer camping. En esa época, salir en carpa era toda una aventura, había poca comodidad y sólo algunos extranjeros, sobre todo europeos, además de unos pocos adelantados, muchas veces catalogados de extravagantes, se atrevían a vacacionar de esta manera.

Con los años, he pasado muchas veces por la entrada a Fray Jorge, ya sea rumbo al norte o de regreso a Santiago. Siempre ha sido lo mismo, el tiempo. No darse el tiempo para conocer y disfrutar el viaje, debido a que siempre me encontraba apurado por llegar lo antes posible a alguna parte, quizás tratando de batir algún record auto impuesto y conocido solamente por mí.

Sin embargo, entendiendo que estaba de vacaciones y no tenía apuro por llegar, el verano recién pasado decidimos entrar a conocer este parque nacional. El camino, de tierra y en regular estado, un sol abrazador que proyectaba su luz y calor sobre un paisaje empobrecido y absolutamente seco. De tanto en tanto, sobre un suave lomaje, algunas cabras al lado de cabañas de madera con pinturas descascaradas y techos de zinc, donde los habitantes trataban de vender sus productos a los pocos visitantes que en sus 4x4 y luces encendidas, a toda marcha levantaban tierra al pasar frente a ellos sin detenerse.

Habiendo recorrido un buen trecho por el camino secundario, sobre este terreno desolado, agreste y calcinado, llegamos a un puesto delante de una casita, donde ofrecían pan amasado, algunos frutos secos y queso de cabra. La curiosidad nos hizo detenernos frente a la mesita, bajo un toldo donde se exhibían las mercaderías. Una niña de unos 10 o quizás 12 años estaba a cargo. Bajamos del vehículo y después de consultar los precios, preguntamos por aquel artefacto que se encontraba instalado a un costado de la vivienda, a todas luces extraño para el entorno, fuera del contexto y que un minuto antes nos había llamado la atención. La escena podría haber sido sacada de una novela de García Márquez por las componentes de realismo mágico que había. Se trataba de un panel solar fotovoltaico que cargaba un par de baterías, las que alimentaban un pequeño circuito de luces de bajo consumo y una radio.

Unos instantes después se acercó la madre de la niña a conversar con nosotros, a explicarnos el funcionamiento de su horno solar con que hacía el pan y que se lo habían construido unos estudiantes universitarios, además de darnos algunos detalles del funcionamiento del panel que había sido instalado algunos meses atrás por la empresa de distribución eléctrica de la zona. Nos abrió las puertas de su casa, con esa amabilidad y sencillez de la gente humilde del campo que difícilmente se encuentra en la ciudad. Presentó a su familia, la abuela, los hijos y nietos, todos viviendo en condiciones extremas, al compás de una música tropical transmitida por una lejana emisora de radio AM.

Al entrar al patio, me llamó la atención el nieto de la dueña de casa. Debe haber sido un niño de no más de tres años adentro de un cajón de madera, el que ejercía las veces de corral. Al instante me recordó una conversación que había tenido hace unos 15 años atrás con una amiga sobre la estimulación temprana en los niños y lo que se podría denominar el "síndrome del cajón de manzanas". En nuestro país, muchos niños se crían sin más estímulo que el color de las paredes del cajón donde están acostados o del techo que tienen al frente de sus ojos.

Esos padres no saben, no conocen y nadie les ha dicho en forma simple la necesidad de estimular durante los primeros tres años al niño, etapa en donde se están formando a una velocidad y eficiencia no repetible, las conexiones cerebrales o sinapsis que condicionarán de una u otra medida las habilidades, la capacidad de aprendizaje y el potencial del adulto. Estos niños nacen con un hándicap respecto al resto de los niños de su generación.

Comparto y encuentro excelente la posibilidad de ocupar la energía solar para mejorar el bienestar de las personas. Aplaudo estas iniciativas. Sin embargo, tenemos como tarea pendiente preocuparnos como país por generar las condiciones necesarias para que los niños no pierdan rápidamente su potencial y queden en desventajas respecto sus pares. Si no somos capaces de resolver esto, difícilmente superaremos la pobreza dura, mejoraremos nuestros resultados en educación y por lo tanto nuestra meta de ser un país desarrollado estará cada vez más lejos.

Después de esta experiencia, seguimos nuestro camino. Sin embargo, otro día les contaré sobre el Parque Nacional Fray Jorge.

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