lunes, mayo 18, 2009

Cultura

Algunos años atrás, de vacaciones en el sur del país, específicamente en la zona de Frutillar a orillas del lago Llanquihue, visité el Museo Colonial Alemán que pertenece a la Universidad Austral de Chile. En ese parque de aproximadamente tres hectáreas, se recrea la vida de los colonos alemanes en el sur de Chile a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Ahí podemos retrotraernos en el tiempo y apreciar el modo de vida de estos inmigrantes en esa época. Realmente es un buen trabajo de conservación de esa Universidad, la que debería ser imitada por otros organismos.

La colonización alemana tuvo su origen en la "ley de Colonización" de 1845, y comenzó a entregar resultados a partir de 1846, cuando desembarca el primer grupo de colonos en Valdivia y que posteriormente se establecen en los alrededores de La Unión. Con el tiempo, llegaron nuevos inmigrantes en 1851 y en los años siguientes. En total se calcula que se establecieron cerca de 6.000 inmigrantes en la zona comprendida entre Valdivia y Melipulli (actual Puerto Montt). Gran parte de este esfuerzo colonizador se lo debemos a Don Vicente Pérez Rosales, hombre como pocos, visionario y de espíritu aventurero, empresario, minero en California, emprendedor, gestor, diputado y senador, cuyas memorias "Recuerdos del Pasado" recomiendo leer sin lugar a dudas.

Como cualquier inmigración, este proceso implicó un desafió enorme para aquellas personas y sus familias, esfuerzo destinado a tratar de doblegar la naturaleza indómita, sus bosques, la lluvia, la nieve y el frio. Estas condiciones extremas, seguramente fueron agravadas por la falta de caminos, el barro, escasos recursos y la nula ayuda externa. Hoy en día podemos ver el resultado del trabajo de estos hombres que vinieron tras un sueño, dejando atrás su historia y escapando probablemente de la situación política y económica que existía en su país (revolución de marzo 1848 - 1849). Desde los inicios, la disposición de estos ciudadanos alemanes fue la de integrarse y progresar en el país que los acogía, tal como se desprende del siguiente texto.

Seremos chilenos honrados y laboriosos como el que más lo fuere, defenderemos a nuestro país adoptivo uniéndonos a las filas de nuestros nuevos compatriotas, contra toda opresión extranjera y con la decisión y firmeza del hombre que defiende a su patria, a su familia y a sus intereses. Nunca tendrá el país que nos adopta por hijos, motivos de arrepentirse de su proceder ilustrado, humano y generoso...
Carlos Anwandter, inmigrante alemán, 18 de noviembre de 1851

Volviendo al tema del museo colonial alemán, con el cual comencé, cuando se ingresa a la casa del colono, inmediatamente se encuentran diferencias respecto de las condiciones de vida entre los alemanes y los nacionales de la época. Para comprender esto, debemos imaginarnos las vida de hace 150 años, en una zona virgen del sur de Chile, donde el aislamiento y la falta de recursos era parte de la vida cotidiana. Los inmigrantes que llegaron a esa región eran artesanos, comerciantes, campesinos y quizás algunos ilustrados de las regiones de Sajonia, Silesia, Bavaria o Alsacia, es decir personas medias dentro de la sociedad alemana previa a la revolución industrial. Por otra parte, cuando un individuo decide migrar a un país desconocido, la lógica indica que se deben privilegiar utensilios o herramientas necesarios para sobrevivir y establecerse rápidamente. Sin embargo, en el caso de estos colonos existen elementos que llaman la atención y que están relacionados directamente con la educación y la cultura. Es así como se puede apreciar el piano y las partituras de canciones típicamente alemanas, la existencia de libros en pequeñas bibliotecas, cosa extraña en la época, considerando que en 1875 el analfabetismo en Chile era del orden del 70%, como se desprende del libro "La educación primaria popular en el siglo XIX en Chile" de María Loreto Egaña Baraona. En definitiva podemos apreciar diferencias culturales importantes entre aquellos recién llegados y el resto de la población. Diferencias que pasan básicamente por la carencia de un acervo nacional y propio.

Han pasado siglo y medio, y lamentablemente nuestro país sigue sin el hábito de la lectura. Basta con revisar los informes PISA, evaluación que realiza periódicamente la OCDE, organismo al cual Chile está postulando, para que nos estrellemos con nuestra realidad. Para que un país y su sociedad puedan progresar, se debe elevar su educación y nivel cultural. Una forma de aportar en esto es a través de la lectura, no como algo impuesto, si no que en forma natural y agradable. Es por eso que aplaudo la iniciativa de Educación 2020.

Sin embargo, esto es sólo un eslabón de la cadena. Todavía nos faltan muchos otros elementos que le permitirían a Chile llegar a ser un país desarrollado y culturalmente avanzado. Creo que vamos por una senda correcta, pero estimo que todavía nos falta un buen trecho para lograrlo.

1 comentario:

Gabriel Bunster dijo...

Buen aporte cultural; píldoras históricas se podrían llamar, artículos como este que nos relatas.

Se que eres un gran lector y creo que los jóvenes están leyendo mucho, pero en Internet y puede que no sea de lo mejor el material. Pero leen mucho y además escriben.

Hay que ver como entrarle a las materias que nos parecen de interés para que enganchen.

Muy interesante lo de los alemanes que cuentas.